Sharm el- Sheij: ¿esperanzas para una COP “africana”?
El próximo 6 noviembre, el balneario egipcio de Sharm el-Sheij será sede
de la Conferencia Anual de Cambio Climático de las Naciones Unidas
(COP27). Como en otras cumbres, confluirán grandes expectativas y profundas dudas sobre el verdadero compromiso ecológico de la comunidad internacional en tiempos turbulentos.
04 de noviembre 2022
SHARM EL-SHEIJ
El balance de la COP26 en Glasgow 2021 fue considerado como un fracaso con respecto a los dos objetivos principales que se había planteado: limitar el calentamiento global a 1,5 ℃ para 2030 y el fin del uso del carbón. Y la coyuntura internacional no ha ayudado: la pandemia del COVID19 cedió el lugar a la guerra en Ucrania, la inflación y las crisis energéticas, y con ello la inercia colectiva -e incluso el claro retroceso ecológico con el incremento en el uso de energías fósiles- parece acercar a la humanidad a una catástrofe climática.
¿Una COP esperanzadora?
Existen algunas señales de que Sharm el-Sheij podría ser una “COP de implementación”, con especial énfasis en el financiamiento climático y la necesidad de definir “daños y perjuicios”. La cumbre se quiere vender como una COP “africana”, aunque los escépticos se preguntan cómo se traducirá esto en la práctica, pues muchos activistas de toda África no podrán asistir a la cumbre y por ello el enfoque será más vertical que horizontal.
También existe la preocupación de que las conversaciones estén dominadas por los grandes actores continentales como Marruecos, Sudáfrica, Egipto, Etiopía y Nigeria, países que también son fuentes principales de las emisiones de combustibles fósiles en África, marginando así a los más pequeños.
Lo cierto es que la cumbre de la COP27, a la que seguirá la COP28 en Emiratos Árabes Unidos en 2023, presenta una oportunidad para que la región MENA se convierta en un protagonista en la diplomacia climática global.
Oportunismo o transición
Tradicionalmente la región no ha figurado en el centro del debate: ni los gobiernos, ni las sociedades civiles árabes han estado a la vanguardia y a menudo minimizan los efectos del cambio climático. Como en muchos otros ámbitos, los 22 países árabes no constituyen un bloque homogéneo y existen importantes diferencias intrarregionales en sus estrategias respecto a la transición ecológica, empezando por las diferencias en recursos energéticos y en emisiones.
Sin embargo, las élites de la región están cada vez más abocadas a aprovechar las oportunidades que presenta la economía verde. Por ejemplo, Egipto se quiere perfilar como un centro de tránsito para redes eléctricas, además de su posición clave en el transporte marítimo en el Mediterráneo oriental, y presentarse ante Europa como refuerzo para la seguridad energética, ahora que Moscú ha caído en desgracia. Marruecos, Argelia y Túnez también ofrecen alternativas, y el gas licuado de Qatar se ha mantenido desde el inicio de la crisis en Ucrania como línea vital para la UE.
Así las cosas, la COP27 seguramente contendrá grandes declaraciones de principios por parte de los líderes mundiales, pero también una buena dosis de intensa competencia intrarregional y de nuevos partenariados, así como de decepciones de los más pequeños y afectados. La única certeza es que la conciencia sobre esta problemática que afecta a la humanidad va en aumento, al igual que las temperaturas del planeta.